Ojalá supieras cuán innecesaria es tu preocupación
De decidir con antelación la armadura de tu caparazón.
No sé de qué piensas que te construyeron, si de papel, arena o cartón.
Según tú, eres como las flores rojas de la cruz de malta,
Ordinarias y con mucho a los ojos que falta.
Pero es a ti quien te faltan los ojos, los míos,
Para ver cuánto me faltan en el cuerpo tus ríos.
Ríos de melaza, que mi curiosidad abraza,
Ríos que despiertan en mí la admiración por tu elegancia.
Elegancia colgante entre pilares de Guahayona,
Escrita en tus dos muslos; y cada día me sorprendo
De que «elegancia» no sea la única palabra
Definida en el diccionario de tu piel que ahora estoy viendo.
Y es que cada paso dado por tus dos conquistadores son una bendición para todos los oidores,
Porque tus pasos suenan livianos y frescos, puesto o no el caparazón que yo tanto pesco.
Y es que cada palabra que sale bailando, rozando las santas burbujas de tu boca, son una bendición para todos los artistas,
Porque con ellas no necesitas aparentar lo que piensas que te falta de los demás a la vista.
En otro universo se podría minar oro de tu frente fruncida cuando escribes,
Porque con la tinta que derraman tus dedos, lo desgarbado de la cruz de malta libes.
Desde hace cinco años es mi oficio acordarte que de nada valen la camisa y la corbata,
Porque con cada mirada le regalas a la elegancia unos celos que la matan.
Desde hace cinco años vivo para decirte que de nada valen tus pantalones y los zapatos de charol,
Porque con cada carcajada haces de tu sonrisa, para latidos, nervios y en el cerebro ruidos, un virol.
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