Desde pequeña, mi mamá me pintaba las uñas de azul,
Pero parecía que siempre sacaba el azul de un viejo baúl
Y por eso nunca me gustó el pegajoso color
Y me daba igual tipo de asco que el sudor en un día de calor.
Desde pequeña mi papá me regalaba bultos rojos,
Pero parecían siempre haber sido mordidos por perros rabiosos
Y por eso todos sus propósitos se quedaban cojos
Y cuanta cosa yo pusiera dentro, se le salían por los hoyos.
Mis abuelos me aconsejaban que no me pasara con cualquiera,
Porque de los cualquiera se podía asumir quién yo era.
Pero los años le han quitado sus consejos,
Ya que sus ideologías y decisiones no se pasan de los corruptos lejos.
A mi hermano le pusieron un bozal en el cerebro
Para que no fuera de la juventud el verbo,
Para que sus pensamientos fueran color azul o rojo,
Para que no le cupiera el avance y lo más que obvio por los ojos.
En el cuido me enseñaron inglés
Porque mientras más temprano, mejor es para los bebés;
Porque cuando llegue la hora de la mies,
Los granos se llenarán de éxito, pues serán granos hechos a lo suflé.
A eso de los diez, cada vez que olía mi español,
Percibía un disturbio que me obligaba a usar el control
Para cambiar el idioma de mi televisión,
Y así acostumbrarme al éxito que en mi vida haría una fisión.
A eso de los quince aprendí a reconocer el olor a inglés,
Y me di cuenta de que el disturbio obligador
Venía desde el fondo de lo que mi cuido alegó:
Mi español olía a lo que era bueno a la hora de la mies.
De tanto éxito en los hombros,
Mi familia y las de mi isla se pintaron de los colores que hoy me son de estorbo,
Que hoy me son de bochorno, tristeza y enojo,
Que hoy hacen de cualquier casa puertorriqueña un circo azul o rojo.
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