Abdul, mi abuelo, ya encanecido,
tras el paso de un año callado,
su pelo gris, bien corto y pulido,
barba blanca y porte venerado.
Sus mechones blancos, cual plumaje,
ala de ave que se ha bifurcado,
listos para emprender el viaje
por cielos de historias del pasado.
Entre tiendas corre, rickshaws con ruido,
frenan, con los choferes conocidos,
charla, me llama su preciado elegido,
es guardián del bazar de los sentidos.
Mi presencia hoy ha suavizado
a los jefes de estricta vigilancia;
sus ceños fruncidos han trocado
por risas de inmensa resonancia.
El bazar reluce en mil colores,
especias, incienso, flor en el aire;
mangos maduros brindan olores,
sinfonía que el alma inspire.
Luz crepuscular baña el entorno,
suaviza aristas con leve penumbra;
el bazar es un amplísimo adorno
de experiencias que el tiempo alumbra.
Gira hacia un rickshaw reluciente,
para a Omar, su amigo querido;
con sonrisa cálida y fulgente,
me anuncia con orgullo definido.
Los colores del rickshaw centellean
cual henna en las manos de mi madre;
rojos y oros que ya parpadean,
verdes que narran cuentos del padre.
Farhan, mi nieto, de Dhaka llegado,
de la madrasa, alumno brillante;
con kurta azul, porte elevado,
recita versos con voz resonante.
Con su lassi, mi abuelo celebra,
gira cual un derviche en su danza;
con amigos en cada una acera,
un guardián de encanto y confianza.
Rashid, el chaiwala, ríe contento;
Amina, de saris la mercadera;
el bazar, un lienzo en movimiento,
de amistad, luz, la calidez sincera.
Rayos de sol la piel acarician,
risas de niños llenan la plaza;
manos con miel que ya se envician,
tocan la barba, ojos de brasa.
Mas Omar ya no puede esperar,
su cliente impaciente lo reclama;
abuelo calma el infantil mar,
inspirando la paz desde su alma.
Niños del bazar lo rodean prestos,
tiran de su camisa, lo admiran;
tocando su barba con dulces gestos,
su ternura y su bondad siempre estiran.
Piden un poema sufí, predilecto,
mas el jefe ya se impacienta;
abuelo busca un sendero recto,
me ofrece a mí, sonrisa atenta.
Debo volver, el trabajo me arrasa.
Mi nieto recita mejor que ancianos,
aprendió mucho en la madrasa;
te entrego en sus jóvenes manos.
Mientras abuelo se aleja lento,
con débil cojera a la izquierda,
vuelve y sonríe, último aliento,
hasta que su sombra se pierda.
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