En el bazar de Dhaka ~by Alexander Pepple
- Palabras Con Alas
- Sep 13, 2024
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Abdul, mi abuelo, ya encanecido,
tras el paso de un año callado,
su pelo gris, bien corto y pulido,
barba blanca y porte venerado.
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Sus mechones blancos, cual plumaje,
ala de ave que se ha bifurcado,
listos para emprender el viaje
por cielos de historias del pasado.
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Entre tiendas corre, rickshaws con ruido,
frenan, con los choferes conocidos,
charla, me llama su preciado elegido,
es guardián del bazar de los sentidos.
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Mi presencia hoy ha suavizado
a los jefes de estricta vigilancia;
sus ceños fruncidos han trocado
por risas de inmensa resonancia.
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El bazar reluce en mil colores,
especias, incienso, flor en el aire;
mangos maduros brindan olores,
sinfonÃa que el alma inspire.
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Luz crepuscular baña el entorno,
suaviza aristas con leve penumbra;
el bazar es un amplÃsimo adorno
de experiencias que el tiempo alumbra.
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Gira hacia un rickshaw reluciente,
para a Omar, su amigo querido;
con sonrisa cálida y fulgente,
me anuncia con orgullo definido.
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Los colores del rickshaw centellean
cual henna en las manos de mi madre;
rojos y oros que ya parpadean,
verdes que narran cuentos del padre.
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Farhan, mi nieto, de Dhaka llegado,
de la madrasa, alumno brillante;
con kurta azul, porte elevado,
recita versos con voz resonante.
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Con su lassi, mi abuelo celebra,
gira cual un derviche en su danza;
con amigos en cada una acera,
un guardián de encanto y confianza.
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Rashid, el chaiwala, rÃe contento;
Amina, de saris la mercadera;
el bazar, un lienzo en movimiento,
de amistad, luz, la calidez sincera.
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Rayos de sol la piel acarician,
risas de niños llenan la plaza;
manos con miel que ya se envician,
tocan la barba, ojos de brasa.
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Mas Omar ya no puede esperar,
su cliente impaciente lo reclama;
abuelo calma el infantil mar,
inspirando la paz desde su alma.
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Niños del bazar lo rodean prestos,
tiran de su camisa, lo admiran;
tocando su barba con dulces gestos,
su ternura y su bondad siempre estiran.
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Piden un poema sufÃ, predilecto,
mas el jefe ya se impacienta;
abuelo busca un sendero recto,
me ofrece a mÃ, sonrisa atenta.
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Debo volver, el trabajo me arrasa.
Mi nieto recita mejor que ancianos,
aprendió mucho en la madrasa;
te entrego en sus jóvenes manos.
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Mientras abuelo se aleja lento,
con débil cojera a la izquierda,
vuelve y sonrÃe, último aliento,
hasta que su sombra se pierda.